miércoles, 9 de noviembre de 2011

Bran Mak Morn - Una canción de la raza

Una canción de la raza

Sentado en su alto trono estaba Bran Mak Morn
cuando el dios sol se hundía y el oeste enrojecía;
llamó a una joven con su cuerno de beber,
y le dijo: «Cántame una canción de la raza».

Oscuros eran sus ojos como los mares de la noche,
rojos sus labios como el sol poniente,
en tanto que, como una rosa negra en la luz huidiza,
dejó correr sus dedos como en sueños

sobre las cuerdas de dorados susurros,
buscando el alma de su anciana lira.
Bran sentado inmóvil en el trono de los reyes,
rostro broncíneo cincelado por el fuego del crepúsculo.
Los primeros en la raza del hombre cantó,
de una tierra lejana e ignota vinimos,
desde el borde del mundo donde cuelgan las montañas
y los mares arden rojos con la llama del crepúsculo.
 Somos los primeros y los últimos de la raza,
perdido está el orgullo y adorno del viejo mundo,
Mu es un mito del mar occidental,
por los salones de la Atlántida se deslizan los tiburones blancos.

Como una imagen de bronce, sentado e inmóvil el rey;
jabalinas escarlata asaeteaban el oeste;
rozó las cuerdas y un murmullo emocionado
recorrió los acordes hasta el tono mas alto.

«Escuchad la historia que narran los ancianos,
prometida desde antaño por el dios de la luna,
arrojada a la costa una concha del mar profundo,
esculpida en la superficie una runa mística:»

"Así como fuimos primeros en el místico pasado,
surgiendo de las nieblas borrosas del Tiempo,
así serán los hombres de tu raza los últimos
cuando el mundo se derrumbe", tal decía la rima.
"Un hombre de tu raza, sobre picos que se enfrentan,
contemplará el torbellino del mundo bajo él;
con oleadas de humo lo ve chocar,
la niebla flotante de los vientos que soplan."
 "Polvo de estrellas cayendo para siempre en el espacio,
girando en el remolino de los vientos.
Vosotros, que fuisteis los primeros, sed la última de las
razas, pues uno de los vuestros será el último de los hombres".

En el silencio se arrastró su voz,
y con todo resonó en la penumbra;
sobre los brezales el suave viento nocturno
llevaba el aroma del bosque almizclado.

Rojos labios se alzaron, y oscuros ojos soñaron;
girando vinieron los murciélagos sobre sus alas sigilosas.
Pero la luna dorada se alzó y relucieron las estrellas lejanas,
y el rey siguió sentado en el trono de los reyes.

Song of the race
Robert E. Howard (1906-1936)

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