domingo, 25 de agosto de 2013

Harald Sigurdarson.


Sé que voy a morir. Todos entregamos el alma alguna vez, responderás. Pero yo hablo de mi muerte inmediata, dos, tres horas tal vez. He combatido en decenas de batallas y nunca sentí en mi pecho la certeza y en mi espíritu el sentimiento trágico que ahora lo envuelve en su lóbrego manto. Pero no estoy triste. Elegí mi destino libremente. Soy guerrero, hijo y nieto de guerreros y padre de guerreros, ¿ha de asustarme morir en campo abierto ejerciendo mi oficio, luchando por mi patria? En realidad, me alegra saber que muy pronto estaré en el Valhalla. Y bendigo mi suerte, pues no hay final más agradable ni más rápido: en la palestra, al aire puro y libre de los campos, rodeado de guerreros, peleando noblemente. No sabré del espanto de la extrema vejez, esa lenta agonía del anciano con el cuerpo llagado y la mente reseca. Me iré con las ideas frescas, sabiendo apreciar las cosas bellas, fuerte, animoso, sin dar trabajo ni pesar a nadie. Desde aquí puedo casi escuchar el rumor del ejército enemigo. Son bravos luchadores britanos, infantes, caballeros y arqueros que defienden su tierra. Sólo siento no tenerte a mi lado para escuchar tu voz una vez más y contemplar tu risa, para confortarme en tu mirada clara. No quiero que te apenes. Por si ello te consuela te diré que moriré con tu nombre en mis labios.
Harald Sigurdarson

Harald el vikingo - Antonio Cavanillas de Blas

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