viernes, 28 de febrero de 2014

Elucubraciones (V)

«El Gran Capitán», Gonzalo Fernández de Córdoba.
Fotografia: Jestormbringer

Puedes ser invencible con sólo no aceptar un combate cuya victoria no esté bajo tu control. Por consiguiente, si ves a alguien cubierto de honores o poder, o que goza de alta estima, o resulta favorecido de cualquier otro modo, no te dejes llevar por las apariencias y no lo consideres feliz. Porque, si la esencia del bien reside en las cosas que podemos controlar, no hay razón para dar lugar a los celos y a la envidia. Por tu parte, no desees ser general, o senador, o cónsul, sino libre; y la única manera de lograrlo es menospreciando aquello que no controlamos.

Los siguientes razonamientos no se condicen: “Soy más rico que tú, por lo tanto soy mejor”; “Soy más elocuente que tú, por lo tanto soy mejor”. Lo que se condice es más bien lo siguiente: “Soy más rico que tú, por lo tanto mis propiedades son mayores que las tuyas”; “Soy más elocuente que tú, por lo tanto mi estilo es mejor que el tuyo”. Sin embargo, después de todo, tú no eres ni una propiedad ni un estilo.

No dejes que te preocupe la idea de vivir en la deshonra y de no ser nadie en parte alguna. Porque, si el no recibir honores fuese un mal, entonces los demás tendrían el poder de hacernos desdichados; y no es así, como que tampoco los demás pueden obligarnos a participar de algo innoble. ¿Es, pues, asunto tuyo obtener poder o ser admitido en un festín? De ninguna manera. Al fin y al cabo, ¿por qué carecer de poder o no ser invitado habría de ser un deshonor? ¿Por qué habría de ser cierto que por ello no eres nadie en ninguna parte? Lo que debes ser es alguien tan sólo en aquellas cosas que están bajo tu propio control y en las que tu decisión es lo que más importa.

No exijas que las cosas sucedan tal como lo deseas. Procura desearlas tal como suceden y todo ocurrirá según tus deseos.

Enquiridion (o Manual de Epicteto)

lunes, 24 de febrero de 2014

Electra.

William-Adolphe Bouguereau, Orestes Pursued by the Furies,1862
Homero describe a Electra como la hija de Agamenón, rey de Micenas, y Clitemnestra, hermana de Helena. Antes de partir hacia la Guerra de Troya, Agamenón ofreció en sacrificio a su pequeña hija Ifigenia para lograr su objetivo. Algunas fuentes dicen que en el momento en que iba a ser sacrificada, la propia Artemisa la reemplazó por otra víctima y se llevó a la niña a Táuride. De todas formas, su esposa Clitemnestra jamás se lo perdonó. Después de diez años en Troya, Agamenón capturó a la profetisa Casandra como botín y tuvo dos hijos con ella.
De regreso a Micenas, el poderoso rey vencedor arribó en la región de Argólida, donde fue recibido por Egisto, quien durante esa década de ausencia ya había seducido a Clitemnestra y conjurado una venganza. Preparó un banquete de bienvenida y con la ayuda de su amante dio muerte al rey, a Casandra y a sus hijos.
Electra regresó a Micenas años más tarde, ausentes durante el regreso y asesinato de su padre. Al descubrir la traición de su madre, un rotundo e incontrolable odio creció en ella, al igual que la sed de venganza. Pero no fue hasta que su hermano Orestes regresó que pudo planearla. La obra de Esquilo nos dice que un día Electra se dirigió a la tumba de su padre para rendirle honras fúnebres y allí se topó con Orestes, quien había sido ordenado vengar a Agamenón por el oráculo de Delfos.
Independientemente de las fuentes, los jóvenes hermanos llevaron a cabo la venganza asesinando al impostor Egisto y a la pérfida madre, pero esto volvió loco a Orestes, que fue perseguido por las Erinias por haber trasgredido los lazos de piedad familiar. Buscó asilo en el templo en Delfos dedicado al dios Apolo, quien a través del oráculo había ordenado la venganza, aunque no pudo protegerlo. Hasta que finalmente la diosa Atenea lo recibió en la Acrópolis y lo llevó a juicio junto a su hermana y ambos fueron absueltos.


sábado, 22 de febrero de 2014

Los señores de la tierra.


Yo cabalgué sobre las olas del mar a lomos de un corcel de madera que tenía treinta y dos patas. 
Era capaz de galopar por el océano hirviente, y sus cascos batían la espuma. 
Vi valles que cambiaban de lugar en lo que un hombre tarda en estornudar, 
más allá de las costas donde se elevan las Montañas de Hierro de los noruegos, afiladas y negras,
creando una cordillera que trepa hacia el norte entre viejas cúspides de las que cuelgan rotas barbas de nieve. 
Perseguimos una tormenta durante días, pues sabíamos que Odín volvía con los suyos en ella. 
Y así llegamos a la Tierra de Hielo, donde las olas rompen en playas de arena negra. 
 Las cumbres de las montañas mostraban un resplandor rojo anidado entre sus sombras, 
y supe que las bestias de Múspel y de Loki estaban cerca. 
 Artur Balder - Los señores de la tierra.

jueves, 20 de febrero de 2014

Marco Aurelio - Meditaciones III

 Anthony van Dyck, Portrait of a Commander in Armour, with a Red Scarf.1627.
Tres son las cosas que integran tu composición: cuerpo, hálito vital, inteligencia. De esas, dos te pertenecen, en la medida en que debes ocuparte de ellas. Y sólo la tercera es propiamente tuya. Caso de que tú apartes de ti mismo, esto es, de tu pensamiento, cuanto otros hacen o dicen, o cuanto tú mismo hiciste o dijiste y cuanto como futuro te turba y cuanto, sin posibilidad de elección, está vinculado al cuerpo que te rodea o a tu hálito connatural, y todo cuanto el torbellino que fluye desde el exterior voltea, de manera que tu fuerza intelectiva, liberada del destino, pura, sin ataduras pueda vivir practicando por sí misma la justicia, aceptando los acontecimientos y profesando la verdad; si tú, repito, separas de este guía interior todo lo que depende de la pasión, lo futuro y lo pasado, y te haces a ti mismo, como Empédocles «una esfera redonda, ufana de su estable redondez», y te ocupas en vivir exclusivamente lo que vives, a saber, el presente, podrás al menos vivir el resto de tu vida hasta la muerte, sin turbación, benévolo y propicio con tu divinidad interior.
Marco Aurelio (Meditaciones 170-180 dc)

sábado, 15 de febrero de 2014

La batalla de Lechfeld.

Michael Echter (1812-1879) Die Ungarnschlacht auf dem Lechfeld 955.
La batalla de Lechfeld, (10 de agosto de 955),fue un decisivo encuentro armado que enfrentó a los húngaros, comandados por el harka Bulcsú y sus lugartenientes Lehel y Súr, con el ejército del futuro emperador germánico Otón I el Grande que gracias a esta victoria recibiría los apoyos necesarios para conseguir la autoridad imperial, desaparecida a la muerte de Lotario. El campo de batalla (Lechfeld) se ubica al noroeste de la actual Augsburgo, en una llanura junto al río Lech. La batalla concluyó con la aplastante victoria del rey germánico, quien había hecho las paces con los otros príncipes y luego reunido un gran ejército. la batalla significó el fin de las incursiones húngaras en la Europa Central. 


domingo, 2 de febrero de 2014

Andreas Bloch - Saga Njål,


Ilustraciones para la Saga Njål, del pintor noruego Andreas Bloch
 La Saga de Nial o Njál, también Brennunjálssaga (saga de la quema de Njál) es una obra literaria narrativa y escrita en prosa, cuyo protagonista es Nial. Pertenece a las sagas islandesas del siglo XIII y su autor es desconocido, escrita entre 1270 y 1290 muchos críticos la consideran la mejor de su género, y aún hoy es admirada por los lectores islandeses.