domingo, 10 de marzo de 2019

Uhtred Ragnarson. (I)

Ilustración: Tatiana Anor.

Un dios humilde! Ya puestos, ¿por qué no un lobo carente de dientes? Los dioses, dioses son, y ejercen su poder sobre el trueno y desencadenan tormentas; son los señores del día y la noche, del fuego y del hielo, dispensadores de derrotas y victorias. A menos que, como broma, a los otros dioses les parezca divertido el asunto, sigo sin entender por qué la gente se hace cristiana. Más de una vez he pensado si no habría sido cosa de Loki, ese dios que, sin cesar, se burla de nosotros; que él fuera quien hubiese inventado el cristianismo, porque lleva su tufillo. Me imagino a los dioses muertos de aburrimiento y, probablemente, borrachos, recostados en el Asgard una noche cualquiera, y a Loki que trata de animar la velada con una de sus tonterías.
—Inventemos un carpintero —les dice—, y que esos necios crean que era el hijo del único dios, ¡que murió y resucitó, que lo mismo curaba la ceguera con arcilla que caminaba sobre las aguas!
¿Quién iba a creerse tamaña estupidez? Lo malo de Loki es que sus bromas siempre van demasiado lejos.
Guerreros de la tormenta.

 Los viejos dioses sajones eran los mismos dioses que los de los daneses y los hombres del norte, y su culto siempre me pareció más lógico que el de arrodillarse ante un dios de un país tan lejano que a nadie he conocido que viniera de allí. Thor y Odín caminaban por nuestras colinas, dormían en nuestros valles, amaban a nuestras mujeres y bebían de nuestros arroyos, y eso te hace verlos como tus vecinos. También me gusta de nuestros dioses que no están obsesionados con nosotros. Tienen sus propias disputas y romances y la mayor parte del tiempo parecen no hacernos el menor caso, pero el dios cristiano no tiene nada mejor que hacer que establecer reglas para nosotros. Reglas, y más reglas, prohibiciones y mandamientos, y necesita cientos de curas y monjes con hábitos oscuros para asegurar que obedecemos esas leyes. Yo me lo imagino muy quisquilloso y malhumorado, al dios ese, aunque sus curas no paran de decir que nos ama. Yo nunca he sido tan imbécil como para creer que Thor, Odín u Hoder me amaban, aunque espero que en algunas ocasiones me hayan considerado digno.
 Los señores del Norte.

Cuando los poetas cantan las batallas del pasado, pienso que no saben lo que dicen. Los combates no eran así y, desde luego, la batalla campal que se desarrolló a bordo del barco de Haesten no guardaba ninguna similitud con sus rimas. No fue un acontecimiento heroico ni digno de recordarse; no había un señor de la guerra que matase a diestro y siniestro. Era sólo pánico, un miedo espantoso. Sólo hombres cagados de miedo, que se meaban encima, que sangraban, gesticulaban y lloraban como niños a los que les han propinado unos azotes. Era una tremenda confusión de espadas por el aire, de escudos que entrechocaban, de atisbos intermitentes, de quites a la desesperada y estocadas a ciegas. Resbalábamos en la sangre, los muertos yacían con las manos crispadas y los heridos se tocaban sus espantosas y mortales heridas mientras llamaban a gritos a sus madres y las gaviotas graznaban, para mayor regocijo de los poetas que ya tenían algo que cantar. Ensalzado por ellos, sonaba a música celestial. El viento soplaba débilmente mientras subían los remolinos de la marea que inundaba la ensenada de Beamfleot, en la que flotaba la sangre derramada hasta decolorarse y se diluía en las aguas, verdosas y frías, del mar..
 La canción de la espada.

Ahí fuera, hay por lo menos una docena de señales de los dioses, y si sabes leer las señales sabes qué quieren los dioses. Las runas proporcionan el mismo mensaje, pero yo he reparado en una cosa. Un hombre inteligente lee mejor las señales. El viento es un mensaje de los dioses, como lo es el vuelo de un pájaro, la caída de una pluma, el ascenso de un pez, la forma de una nube, el grito de una zorra; todo son mensajes, pero al final, los dioses sólo hablan en un lugar. — en la cabeza—.
Northumbria, el último reino. 
« Wyrd bid ful aroed. El destino lo es todo

Bernard Cornwell - Sajones, vikingos y normandos.

sábado, 9 de marzo de 2019

Hastein.

Ilustración: Christian Sloan Hall.

Hastein (también Hasting, o Haesten, Hæsten, Hæstenn o Hæsting  y apodado Alsting  c. 810-893) fue un notable caudillo vikingo del siglo IX que lideró muchas incursiones de saqueo y pillaje en Europa. Dudo de Saint-Quentin lo describió como «cruel, rudo, destructor, pendenciero, salvaje, feroz, lujurioso, criminal, portador de muerte, arrogante, impío y todo lo que acompañe».
Poco se sabe de los primeros años de Hastein, descrito como un danés en la crónica anglosajona, a menudo emparentado como hijo de Ragnar Lodbrok.​ El primer registro que se tiene constancia de su persona es el ataque vikingo al Imperio Franco, ocupando Noirmoutier en el año 843,​ y en el curso del río Loira otra vez en 859, precediendo a su gran incursión por el Mediterráneo junto con su hermano Bjorn "Ironside" Ragnarsson.

Una de las más famosas incursiones de Hastein fue por el Mediterráneo​ entre 859 y 862, junto a su hermano Björn Ragnarsson, hijo y heredero de Ragnar Lodbrok, con una flota de 62 naves. La primera expedición no resultó como se esperaba, ya que fue derrotado por los astures y más tarde por los musulmanes del Califato de Córdoba en Niebla en 859. Siguió el saqueo de Algeciras con mejor éxito, donde quemaron la mezquita y devastaron Mazimma en el Califato de la Dinastía Idrísida en la costa norteafricana, seguido de otras incursiones contra los Omeyas en Orihuela, Islas Baleares y el Rosellón.
Hastein y Björn invernaron en Camargue, en la desembocadura del Ródano, antes de arrasar Narbona, Nîmes y Arlés, para luego dirigirse al norte a Valence, antes de fijar su atención hacia Italia. A partir de ahí comenzaron las incursiones hacia el interior, llegando a la ciudad de Luni (que creían era Roma en aquel tiempo), pero fueron incapaces de traspasar sus murallas. Para lograr la entrada, enviaron emisarios al obispo con la falsa información de que Björn había muerto, había hecho conversión de fe en su lecho de muerte, y su último deseo era ser enterrado en tierra consagrada junto a la iglesia. Consiguió de esa forma entrar en la capilla en su propio ataúd con una pequeña guardia de honor, sorprendiendo a los clérigos italianos que quedaron consternados al ver saltar de su ataúd al caudillo vikingo y facilitaron el camino hacia las puertas de la ciudad, que él abrió, dejando entrar a su ejército mercenario. La flota posiblemente llegó a atacar algunos puestos avanzados del Imperio bizantino.
A su regreso al Loira, hicieron una escala en el norte de África, donde compraron bastantes esclavos (conocidos por los vikingos como «blámenn», los hombres azules, muy posiblemente tuaregs) que vendieron posteriormente en Irlanda. De regreso a casa, Hastein y Björn fueron derrotados por una flota sarracena a su paso por el estrecho de Gibraltar, donde perdieron cuarenta naves, pero todavía les quedaron fuerzas para arrasar Pamplona antes de regresar a Escandinavia con veinte naves.

Asentado en Bretaña, Hastein se alió con Salomón I de Bretaña contra los francos del imperio carolingio en el año 866, y como parte del ejército vikingo-bretón mató a Roberto el Fuerte en la batalla de Brissarthe.​ En 867 devastó Bourges y un año más tarde Orléans. Hubo paz desde entonces hasta la primavera de 872, cuando la flota vikinga ascendió por el río Maine y conquistaron Angers, a lo que siguió un asedio del rey franco Carlos el Calvo que desembocó en un tratado de paz en octubre de 873.
Hastein permaneció en el curso del Loira hasta 882, cuando fue expulsado definitivamente por el rey Carlos. Su ejército se trasladó al norte del Sena y allí se mantuvo hasta que los francos sitiaron París y su territorio en la Picardía se vio amenazado. En este punto Hastein fue uno de los muchos vikingos que comenzaron a mirar a Inglaterra como una fuente de riqueza y nuevo objetivo de pillajes.

Hastein cruzó a Inglaterra desde Boulogne en 892 encabezando una de sus dos grandes compañías. Su ejército, el menor de los dos, llegó con ochenta naves y ocuparon la villa de Milton Regis, mientras sus aliados cercaban Appledore, ambas en Kent, con 250 naves.​ Alfredo el Grande colocó su ejército sajón entre ellos para evitar que se unieran, y como resultado obtuvo unos términos de acuerdo favorables al bautismo cristiano de Hastein y sus dos hijos, y para abandonar Kent por Essex. La mayor parte del ejército intentó reunificarse tras atacar Hampshire y Berkshire a finales de 893, pero fue vencido en Farnham por Eduardo el Viejo, hijo de Alfredo. Los supervivientes alcanzaron finalmente al ejército de Hastein en la Isla de Mersea, después de que un ejército aliado de sajones y del Reino de Mercia fracasaran en el desalojo de su fortaleza en Thorney.
El resultado fue que Hastein comandaba un formidable ejército y ocupó un campo fortificado (o burh) en Benfleet, Essex,​ donde reunió a los hombres y barcos de Appledore y Milton.

Durante una incursión en Mercia, la mayor parte de su ejército estaba lejos y la guarnición fue derrotada por la milicia sajona de Wessex occidental, capturando la fortificación, las naves, el botín recaudado, mujeres y niños. Fue un golpe decisivo para Hastein, que había perdido a su esposa e hijos en Benfleet,​ pero retomó sus fuerzas combinadas en una nueva fortificación en Shoebury al norte de Essex,​ y recibió refuerzos de los daneses de East Anglia y de los escandinavos de Jorvik. Recuperó a sus hijos cuando Alfredo el Grande y Etelredo I le apadrinaron en su bautismo cristiano a principios de 893.
Más tarde, Hastein lanzó a sus hombres en una vengativa expedición a lo largo del valle del Támesis y surcando el río Severn. Fue acechado en todo momento por Etelredo de Mercia y una alianza de los ejércitos de Mercia y los sajones occidentales, reforzado por un contingente de guerreros procedente de los reinos galeses. Finalmente, el ejército vikingo se encontró atrapado en la isla de Buttingham cerca de Welshpool, pero lucharon por su liberación durante semanas, perdiendo muchos hombres y regresando a su fortaleza en Shoebury. A finales del verano de 893, los hombres de Hastein primero trasladaron sabiamente el botín, mujeres y barcos a East Anglia, y tras obtener refuerzos marcharon hacia Chester para ocupar las ruinas de la fortaleza romana. La fortaleza hubiera sido una base perfecta para sus incursiones en el norte de Mercia, pero sus habitantes tomaron una drástica decisión, aplicando la medida de tierra quemada, destruyendo cosechas y matando al ganado en el lugar para privar de suministros a los daneses y echarles del territorio.
En otoño, el asediado ejército abandonó Chester y se desplazó al sur de Gales, devastando todo a su paso, los reinos de Brycheiniog, Gwent y Glywysing hasta el verano de 894, cuando regresaron por Northumbria, las tierras medias danesas de los cinco burgos de Danelaw y East Anglia para asentarse de nuevo en la fortaleza de la isla de Mersea. En otoño de 894, el ejército desplazó su flota por el Támesis hasta una nueva fortaleza en el río Lea. En el verano de 895 Alfredo llegó con el ejército sajón occidental y bloqueó el curso del río Lea. Los daneses abandonaron el emplazamiento y enviaron a sus mujeres a East Anglia, iniciando una gran marcha por Midlands hasta llegar a otro emplazamiento junto al Severn (actualmente Bridgnorth), perseguidos por fuerzas hostiles durante todo el camino. Permanecieron allí hasta la primavera de 896, cuando el ejército finalmente se dispersó y repartió entre East Anglia, Northumbria y el Sena.

Hastein desaparece de los registros históricos en 896, por entonces un hombre anciano, pues años atrás, cuando llegó a Inglaterra, ya fue descrito como lujurioso y terrible viejo guerrero del Loira y el Somme.​ Hastein ha sido uno de los más notables vikingos de todos los tiempos, con múltiples expediciones e incursiones a docena de ciudades y reinos en Europa y el norte de África.