martes, 27 de febrero de 2018

Anamnesis.

The Faceless by JasonEngle.

 Los griegos llamaban a la verdad aletheia, que significa «no olvidar». Según Platón, la verdad se adquiría mediante la anamnesis o rememoración. Cada alma habita, antes de nacer, en un reino divino al que regresará después de la muerte. Justo cuando está a punto de encarnar se en este mundo, bebe de Lete, el río del Olvido, de manera que ya no puede recordar nada de sus orígenes divinos.
Cada vez que en nuestra vida nos encontramos con algo que instintivamente sabemos que es verdadero, estamos recuperando una parte de la plenitud de conocimiento que poseíamos antes de nacer en el mundo inteligible. Aprender es recordar. No hay conocimiento, sino reconocimiento. Lejos de entrar en este mundo con la mente como una pizarra en blanco que espera ser escrita por la experiencia, venimos con el apoyo de un panteón entero; venimos como microcosmos de todo un macrocosmos de conocimiento. Nuestras pequeñas memorias,  «no son sino una parte de una gran Memoria que renueva el mundo y los pensamientos de los hombres era tras era, y […] nuestros pensamientos no son, como suponemos, lo profundo, sino un poco de espuma en lo profundo»
Para Yeats, la gran Memoria es muy parecida al Alma del Mundo. A la inversa, Jung describe a veces el inconsciente colectivo como una Gran Memoria en la que está almacenado el pasado de toda la humanidad. En ambos casos, se nos remite a la Memoria en sentido platónico, como fuente de anamnesis: la Imaginación Primera, en realidad, de la que nacemos y a la que regresamos. En el Menón, Platón celebra la imaginación secundaria como anamnesis, «un poder de trabajar en una barrera de oscuridad, recuperando las verdades que de algún modo sabemos, pero que hemos “olvidado” en nuestra vida de fantasías egoístas».

 Patrick Harpur - El fuego secreto de los filósofos.

domingo, 25 de febrero de 2018

Geométria en la espada medieval.

A German Tuck 16th C style
Fotografia: Peter Johnsson

 La espada es un objeto hecho para el movimiento, el tiempo y la precisión. Factores importantes por sus propiedades funcionales son el tamaño y el peso general, las proporciones de la hoja a la empuñadura, la distribución de la masa en toda su longitud, el ángulo del borde y la sección transversal y finalmente la colocación de puntos de pivote y nodos de vibración.
 La coherencia y la armonía de las proporciones era importante para los ideales estéticos medievales. Esto es algo que se expresa claramente en la espada alta medieval. Su belleza absoluta depende en gran parte de un equilibrio cuidadoso de su forma austera y elegante. Diseñar una espada es equilibrar las cualidades que se oponen mutuamente como dureza y tenacidad, flexibilidad y rigidez, agilidad y potencia.
 La geometría puede haber jugado un papel importante en el diseño de la espada medieval. Los aspectos funcionales de la forma de la hoja, el equilibrio dinámico y la geometría del borde reciben una forma que se define por proporciones geométricas. Esto es para asegurar que la espada sea fiel tanto a la función y la sensación como al inconfundible carácter estético de la espada medieval.
 Los resultados hasta ahora indican que las armas especialmente de los siglos XII y XIII tienen proporciones que corresponden a una geometría clara y coherente. Mi hipótesis es que las espadas pueden haber sido diseñadas de acuerdo con principios similares a los utilizados por los arquitectos, artistas e ingenieros medievales. Una construcción basada en el dibujo geométrico normalmente resultaría en la combinación de proporciones modulares y proporciones de números irracionales que vemos en espadas.
 Creo que el dibujo geométrico se usó para establecer la forma general y las proporciones de las espadas, de manera similar a como trabajaban los arquitectos y artistas de la época. El uso de la geometría en el diseño tiene varios beneficios. Es una forma práctica de establecer especificaciones para el trabajo que se divide entre varios expertos artesanos, como fue el caso en la producción de espadas. La geometría y el número eran para la mente medieval también cargados de significado simbólico y esto puede ser importante para un arma que fue un emblema del poder mundano y la destreza marcial, pero también un símbolo de la lucha espiritual contra el mal.
  Peter Johnsson

sábado, 24 de febrero de 2018

Paulus Hector Mair - Técnicas de guadaña.


Técnicas de guadaña descritas en el tratado de lucha de Paulus Hector Mair. Durante la edad media la mayor parte de la población era campesina sin recursos. Portaron útiles de labranza o similares como armas. Algunas de ellas incluso evolucionaron a verdaderas armas de combate.

Paulus Hector Mair (1517–1579) fue un ciudadano de la localidad de Augsburgo que se dedicó fundamentalmente al desarrollo y estudio de las artes marciales occidentales. Adquirió diversos manuales de combate de la escuela germánica de lucha, los conocidos Fechtbücher y de dedicó a analizar todo tipo de conocimientos en ese tema con la intención de escribir un libro que compilase y sobrepasase a todos sus antecesores.  Para esto, contrató al pintor Jörg Breu el Joven , así como a dos esgrimistas experimentados, a quienes encargó perfeccionar las técnicas antes de que fueran pintadas. El proyecto fue muy costoso, llevándose cuatro años completos, y según Mair, consumió la mayor parte de los ingresos y propiedades de su familia. Se han conservado tres versiones de su compilación y un manuscrito posterior menos extenso.



domingo, 4 de febrero de 2018

La marcha del Dios Gris.

Ilustración: Steve Ferris - A Flight From Valhalla.

Una voz resonó entre las desnudas cumbres de las montañas que se alzaban, escarpadas, a cada lado. En la boca del desfiladero, que se abría ante un abismo colosal, Conn el esclavo se giró, gruñendo como un lobo acorralado. Era un hombre alto y de complexión fornida y feroz, con la fiereza típica de su estirpe manifestándose en sus anchos hombros encorvados, su amplio pecho velludo y sus brazos, largos y musculosos. Sus rasgos no desentonaban con su aspecto corporal: una barbilla recia que denotaba terquedad, una frente baja e inclinada, coronada con una mata de cabello enmarañado, que aumentaba el salvajismo de su aspecto no menos que sus fríos ojos azules. Su único atuendo era un exiguo taparrabos. Su propio vello lupino era protección suficiente contra los elementos, pues era un esclavo en una era en la que incluso los amos vivían vidas tan duras como el férreo entorno que les criaba.
Conn, medio agazapado con la espada lista, profirió un alarido bestial de amenaza con su garganta de toro, cuando, en el desfiladero, vio aparecer a un hombre alto, envuelto en una capa debajo de la cual al esclavo le pareció ver un brillo de acero. El extraño lucía también un sombrero de ala ancha, tan bajo que de sus rasgos solo se veía un ojo, adusto y frío como el mar grisáceo.
—Bien, Conn, esclavo del hijo de Wolfgar Snorri —dijo el extraño con una voz profunda y poderosa—. ¿Adónde huyes, con la sangre de tu señor aún en tus manos?
—No te conozco —gruñó Conn—, ni tampoco sé cómo sabes quién soy. Si deseas acabar conmigo, silba a tus perros y dame muerte. Algunos de ellos saborearán mi acero antes de que yo muera.
—¡Necio! —Había un profundo desprecio en el tono reverberante—. No soy un cazador de siervos huidos. Hay asuntos más importantes en marcha. ¿Qué es lo que hueles en la brisa marina?
Conn se giró hacia el mar, que lamía con su grisura los altos acantilados. Expandió su poderoso pecho y sus fosas nasales se inflaron mientras inspiraba profundamente.
—Huelo la sal de la espuma del mar —contestó.
La voz del extraño fue como el entrechocar de las espadas.
—El aroma de la sangre está en el viento… el hedor de la matanza y los gritos de los moribundos.
Conn sacudió la cabeza, confuso.
—No es sino el viento entre las rocas.
—Hay guerra en tu tierra natal —dijo el extraño, sombrío—. Las lanzas del sur se han alzado contra las espadas del norte, y las hogueras de la muerte iluminan la tierra como el sol del mediodía.
—¿Cómo puedes saber eso? —preguntó el esclavo, incómodo—. Ningún navío ha llegado a Torka en varias semanas. ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Cómo sabes esas cosas?
—¿No oyes acaso el resonar de las gaitas, el estrépito de las hachas? —replicó el alto extranjero—. ¿No hueles el olor a guerra que arrastra el viento?
—No —repuso Conn—. Hay demasiada distancia entre Torka y Erin, y no se escucha sino el viento en los acantilados y las gaviotas chillando en lo alto. Pero si hubiera guerra, yo debería estar entre los guerreros de mi clan, aunque mi vida haya sido entregada a Melaghlin, porque maté a uno de sus hombres en una disputa.
El extraño no respondió, permaneció como una estatua, observando las nebulosas cumbres y las brumosas olas.
—La Muerte abre sus garras —dijo, como alguien que hablara para sí—. Ya se acerca la siega de reyes, y los caudillos caerán como trigo maduro. Gigantescas sombras ciernen sus manos ensangrentadas sobre el mundo y la noche cae en Asgard. Escucho los gritos de los héroes muertos hace largo tiempo, susurrando ahora en el vacío, así como también los gritos de dioses olvidados. Pues cada ser tiene un tiempo asignado, e incluso los dioses deben morir…
Se puso rígido de repente con un gran alarido, mientras extendía los brazos hacia el mar. Unas nubes altas y ondulantes, gigantescas y movidas por el vendaval, taparon el mar. Por entre la niebla sopló un gran viento, y de aquel viento una remolinante masa de nubes. Y Conn gritó. En el interior de las nubes se deslizaban doce figuras sombrías y terroríficas. El esclavo vio, como en una pesadilla, los doce caballos alados con sus jinetes, mujeres con deslumbrantes cotas de malla y yelmos alados, cuyos dorados cabellos flotaban al viento, a sus espaldas, y cuyas gélidas miradas parecían fijas en alguna prodigiosa meta situada más allá de donde alcanzaba la vista.
—¡Las que eligen a los muertos! —tronó el extraño, abriendo los brazos en un gesto terrible—. ¡Cabalgan en el ocaso del norte! ¡Los cascos alados surcan las remolinantes nubes, la telaraña del Hado está trazada, y el huso y el telar se han quebrado! ¡La perdición ruge contra los dioses y la noche cae en Asgard! ¡La noche y las trompetas del Ragnarok!
El viento abrió la capa, revelando la poderosa figura ataviada con cota de malla; el sombrero de ala ancha cayó hacia un lado y las feéricas trenzas volaron al viento. Y Conn se encogió ante la mirada del extraño. Y vio que allí donde debería de haber estado el otro ojo no había sino una cuenca vacía. De manera que el pánico se apoderó de él y, dándose la vuelta, huyó por el desfiladero como los hombres huyen de los demonios. Y, mirando atrás con pavor, contempló al extraño recortándose contra el cielo cubierto de nubes, con los brazos en alto, y al esclavo le pareció como si aquel hombre hubiera crecido hasta alcanzar una estatura monstruosa, cerniéndose colosal por entre las nubes, empequeñeciendo las montañas y el mar, y adoptando de repente una tonalidad gris, como si poseyera una edad vasta y terrible.
La Guerra era como un sueño; no puedo saber
Cuántas almas condenadas, al infierno envié.
Mas solo sé que, por encima de los caídos
Escuché al oscuro Odín, gritando a sus hijos,
Y cayó en el rugir de la batalla y su fragor
La furia de los dioses que murieron en Ragnarok.

La Saga de Conn

 Robert E. Howard - Los dioses de Bal-Sagoth