miércoles, 25 de diciembre de 2019

Uhtred Ragnarson. (II)


.IlustraciónTatiana Anor.

¡El frenesí de la batalla! Lo tememos y lo celebramos, lo ensalzan los bardos y, cuando nos hierve la sangre, deviene en locura, ¡en delirio! Disipados todos los miedos y sintiéndose invencible, el guerrero llega a tener la sensación de que vivirá para siempre, de que hasta los dioses se arrugarán al ver su espada y su escudo teñido de sangre. La canción de la batalla, una canción que hacía olvidar los gritos de los moribundos, los lamentos de los heridos. Porque está claro que es el miedo el que aviva semejante locura, el que, una vez liberados de él, nos vuelve despiadados. En un muro de escudos, el vencedor es aquel que se muestra más despiadado que su adversario, el mismo que, más adelante, volverá a sentir miedo.
Guerreros de la tormenta

A veces me pregunto si los muertos pueden vernos a nosotros, los vivos. ¿Se acomodarán en el gran salón del Valhalla y se fijarán en qué hacemos los que dejaron atrás? Podía imaginarme a Cnut allí sentado, pensando en que no tardaría en reunirme con él y en que, juntos, alzaríamos un cuerno rebosante de cerveza. En el Valhalla no hay dolor ni tristeza, nada de lágrimas ni de juramentos quebrantados. Podía ver cómo Cnut me sonreía de forma burlona, no porque disfrutase viendo lo mal que lo estaba pasando, sino porque los dos nos habíamos entendido bien en esta vida. «Venid conmigo —me decía—, ¡venid conmigo y vivid!».
 El Trono Vacante.

De modo que Urðr, Verðandi y Skuld se disponían a decidir nuestro destino. No eran mujeres amables, sino, más bien, monstruosas y malévolas brujas, y Skuld siempre tiene las tijeras a punto. Cuando esas tijeras cortan, provocan lágrimas que van a parar al pozo de Urðr, que se encuentra junto al árbol que sostiene el mundo, y de ese pozo sale el agua que impide que se seque Yggdrasil, porque si Yggdrasil se agosta, el mundo desaparece con él, así que hay que mantener siempre lleno el pozo y, para eso, hacen falta lágrimas. Los hombres lloramos; por eso el mundo sigue su curso..
 Uhtred, el pagano.

Navidad es Yule con religión, y los sajones del oeste se las ingeniaban para estropear la festividad del solsticio de invierno con monjes cantores, curas pesados y sermones despiadadamente largos. Se supone que Yule es una celebración y una consolación, un instante de cálido brillo en el corazón del invierno, un instante para comer porque sabes que se avecinan tiempos difíciles en que la comida escaseará y el hielo encerrará la tierra, y una época para estar contentos, emborracharse, comportarse sin que nada importe y levantarse a la mañana siguiente preguntándose si volverás a encontrarte bien algún día. Pero los sajones encomendaban la fiesta a los curas, que la hacían tan alegre como un funeral.
Northumbria, el último reino.

Mi estandarte estaba a mis espaldas; aquella enseña bastaría para atraer a los más ambiciosos. Soñaban con beber en mi cráneo y jalear mi nombre como si de un trofeo se tratase. No me quitaban los ojos de encima, igual que yo no dejaba de mirarlos, y no veían sino a un hombre cubierto de barro. Pero también a un señor de la guerra, con un yelmo que llevaba un lobo por cimera, cargado de brazaletes de oro, con una tupida cota de malla, una capa de color azul oscuro rematada por un borde de hebras de oro y una espada que era conocida en toda Britania... Besé el filo y lancé mi grito de guerra al aire invernal.
—¡Venid y acabad conmigo! ¡Venid y acabad conmigo! 
“La victoria nunca está del lado de quienes se dejan llevar por sus temores.”
Muerte de reyes

Bernard Cornwell Sajones, vikingos y normandos.