martes, 28 de octubre de 2014

El ojo de Raven


El hogar escupe más humo que llamas y bulle con tal furia que hace toser a algunos de los hombres acurrucados entre pieles de reno. La robusta puerta del salón cruje al abrirse y hace saltar una llama que tienta al humo acre a ascender por la chimenea. Las sombras se ciernen sobre la sala cual valquirias, los demonios de los muertos, ocultas en los rincones a la espera de exquisiteces, ávidas de carne humana. Tal vez hayan captado el susurro de la muerte en la crepitación y las escupiduras del fuego. Sin duda llevan esperándome mucho tiempo.
Incluso en Valhalla se ha hecho un silencio como si fuera un manto de nieve recién caída, cuando Odín, Thor y Tyr sueltan las espadas y dejan de lado los preparativos para Ragnarök, la batalla final. ¿Acaso soy demasiado arrogante? Es más que probable. De todos modos, considero que hasta los mismos dioses desean que el del ojo rojo cuente su historia. Al fin y al cabo, han participado en ella. Y por eso se ríen, porque los hombres no son los únicos que desean la fama eterna: los dioses también anhelan la gloria.

Canto mi historia verdadera,
cuento mis viajes, lo que he sufrido,
momentos de penuria en días de esfuerzo;
amargas inquietudes he alimentado,
y he aprendido a menudo qué hogar atribulado es un barco en la tormenta,
cuando me tocó el agotador turno de noche
en la cabeza del dragón bordeando acantilados...
A menudo tuve los pies encadenados por la escarcha
en ataduras heladas, torturados por el frío,
mientras una angustia punzante me aprisionaba el corazón
y la añoranza me desgarraba la mente recelosa del mar...
Pero ahora una vez más
la sangre de mi corazón me llama para volver a probar
los mares infinitos, el juego de las olas saladas;
los deseos de mi corazón siempre me instan a emprender el viaje,
a visitar las tierras de hombres extranjeros allende los mares...

(Giles Kristian El ojo de Raven)

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