Cinco cartas te esperan en cinco nichos horadados en el muro, como cinco altares de piedra. Cada hueco está iluminado por una pequeña lámpara de barro que descansa junto a su carta correspondiente. Todo está colocado con deliberada seducción.
Primera carta al héroe
«Minos o el muro»
Yo sé bien por qué te has detenido. Deberías haber sospechado que la senda que elegiste tal vez no iba a ninguna parte. Ahora lloras frustrado a los pies de una muralla de piedra que llega hasta el cielo. Has fracasado antes de empezar tu misión.
Ya no lo recuerdas, pero fuiste tú mismo quien, poco tiempo atrás, alzaste tan colosal barrera, preso del terror a tus propias sombras. Como si los fantasmas obedecieran la materia… Como si una montaña de granito pudiera separarte de ti mismo…
Deja ahora de lamentarte. Pareces un rabino golpeando eternamente su frente ante la santa pared. Eleva tus ojos: el templo está del otro lado y te espera. Solo el Dios que habita tu cárcel te revelará la continuación de la senda.
Por lo demás, es bueno tu fracaso. Únicamente se cambia cuando se encuentra un límite y uno se choca de bruces con él.
Segunda carta al héroe
«Egeo o la puerta»
El guardián de la puerta te espera desde hace una eternidad. Tú le conoces. Se parece a tu padre. Su única misión es asegurarse de que sabes quién eres. Nada más. Permitir tu entrada sin satisfacer esa premisa es entregarte a la locura o a la muerte. No te lo permitirá.
Ahora dudo de que estés preparado. Cuando visitaste el gran templo de Apolo, en el santuario de Delfos, leíste en la piedra del umbral: «Conócete a ti mismo». No era un consejo, era una condición. Por eso, jamás entendiste el mensaje de la Pitia.
Esta noche tendrás que rendir cuentas al guardián de tu laberinto. Ya sabes que la respuesta a sus enigmas no eres más que tú. Me pregunto si sabrás responder con acierto.
Cada pensamiento, cada emoción, vicio, defecto, sueño y anhelo que te configura talla con precisión los dientes de la llave mágica que abre el camino. Un pequeño secreto o un prejuicio inadvertido pueden invalidar el precioso instrumento. Descuida: si logras pasar el ansiado umbral, jamás volverás a ver al buen guardián, pues siempre muere con tus pasos.
Una vez te aconsejé ir ligero de equipaje. Me equivoqué: es desnudo como se nace y se muere. Es en tu desnudez como te reconocerá el custodio del camino. No importa si te avergüenzas o no de ti mismo: la clave es que jamás te escondas.
«Dédalo o el camino»
No sé si serás capaz de leer estas líneas sin detener tus pasos.
Dicen que si cierras los ojos al caminar, sientes el ritmo de tus pisadas y de tu aliento entrecortado como si fuera una oración… ¿Es cierto?
Dédalo te enseñó a caminar mirando al suelo, para no tropezar con las piedras y no detenerte jamás. Te dijo que sudarías sangre, que estallarían todas tus ampollas, pero que al caer el sol siempre llegarías a un buen techo.
Ícaro te enseñó a caminar mirando al cielo, dejando volar tu espíritu, respirando la bendita luz que da razón al sendero. Dijo que llorarías de belleza, que te fundirías con los astros y que algún día verías el fin del mundo.
La gota de sudor y la lágrima de emoción se parecen. Cada nuevo paso derrama una de las dos enseñanzas. En su justa alternancia reside el buen camino. No te olvides.
Hoy te han visto pasar solitario por la llanura. Ibas cantando una letanía. Creo que si cierro los ojos te oiré.
Ahora sé que llegarás a tu destino.
Cuarta carta al héroe
«Asterión o el centro»
Hay un lugar en el interior de todo ser humano que no le pertenece. Allí te envío esta carta sin esperanza alguna de que llegues a leerla.
No sé si saldrás victorioso. Te pareces demasiado a tu propio Minotauro y no sabrás cómo acabar con él. Siempre nos dijeron que había que vencer el miedo, que había que ser valientes. Mintieron. Al miedo no se le vence jamás: simplemente se le ama.
Dile al monstruo que ya es tarde, que ya pasó su tiempo, que deseas ser un hombre nuevo y entrégate a su mirada. Tal vez así alcances misericordia.
Me asusta imaginar cómo será el último encuentro. Si vences, por favor, no tardes en regresar. No te detengas ni un segundo más ante la atroz contemplación. Muchos no han regresado por hacerlo.
Y cuando estés de vuelta, no me cuentes nada. Recuerda que solo es verdad lo que no se dice.
Quinta carta al héroe
«Ariadna o el regreso»
Ya sé que no entiendes lo que te ha ocurrido en el vientre del laberinto, pero tienes por delante todo un camino de vuelta para ello. Solo comprende el que regresa.
Sabes que Ariadna te espera incondicional y su canto es el hilo que te muestra la salida. Pase lo que pase, no lo sueltes y, sobre todo, no te quedes dentro, ido, dueño de ninguna parte. El Minotauro no necesita más duelo que tu propio nacimiento.
El camino es ahora un espejo de aquel otro recorrido que anduviste con tesón y gallardía. Tú ya no eres aquel pobre héroe. Te costará reconocer el reflejo inverso de tus propios pasos, pero están ahí, marcados a fuego sobre las losas de mármol. Poco importa ya: al volver a pisarlas, tus viejas huellas desaparecen, y pronto no habrá testimonio de ti en el laberinto. El hombre nuevo jamás tiene pasado.
No temas: es la madre quien empuja con fuerza animal al feto en el alumbramiento. Déjate nacer. Y cuando salgas, déjate querer. Solo así se habita en nuestro mundo de agua y de tierra.
La luz es hermosa aquí fuera. Ya lo verás.
Hasta entonces, sobre todo, no sueltes el hilo de la vida.
Suerte.
Sabes que Ariadna te espera incondicional y su canto es el hilo que te muestra la salida. Pase lo que pase, no lo sueltes y, sobre todo, no te quedes dentro, ido, dueño de ninguna parte. El Minotauro no necesita más duelo que tu propio nacimiento.
El camino es ahora un espejo de aquel otro recorrido que anduviste con tesón y gallardía. Tú ya no eres aquel pobre héroe. Te costará reconocer el reflejo inverso de tus propios pasos, pero están ahí, marcados a fuego sobre las losas de mármol. Poco importa ya: al volver a pisarlas, tus viejas huellas desaparecen, y pronto no habrá testimonio de ti en el laberinto. El hombre nuevo jamás tiene pasado.
No temas: es la madre quien empuja con fuerza animal al feto en el alumbramiento. Déjate nacer. Y cuando salgas, déjate querer. Solo así se habita en nuestro mundo de agua y de tierra.
La luz es hermosa aquí fuera. Ya lo verás.
Hasta entonces, sobre todo, no sueltes el hilo de la vida.
Suerte.
"Laberintos”
Jaime Buhigas Tallon.
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