domingo, 24 de mayo de 2015

Tanith Lee (1947 – 2015).

 
"Zorashad"
El trono de la incertidumbre
Había un rey en el este, en la ciudad de Zojad; su nombre era Zorashad. Le gustaba reunir ejércitos, tenía talento para ello. En verdad, parecía que podes irles crecer, como crecen los hierbajos en un campo. Y fuertes hierbajos eran, de bronce y hierro, y terrible era su aspecto cuando el sol destellaba sobre su férreo desfile y sus máquinas de guerra y las nubes de polvo que les precedían y les seguían. Y terrible era su estruendo cuando entrechocaba el metal y resonaban los clarines y las trompetas. Los más valerosos reyes y príncipes y los más avezados capitanes sentían diluirse en confusión su ardor guerrero al acercarse a ellos. Y, bien cierto, Zorashad no perdía ni una batalla, y a veces ni siquiera precisaba librarlas. Grandes señores se arrodillaban ante él rindiéndose sin haber intercambiado ni un golpe. No se untaba sólo de los ejércitos, sino que parecía llevar a su alrededor una gran aura de dominio... Era implacable, carecía de piedad. Aquellos que se arrodillaban ante él eran perdonados y aceptados como vasallos; a los que se resistían los avasallaba sin clemencia alguna, pasando luego por la espada a familias enteras, quemando los palacios reales, arrasando las ciudades y devastando la tierra. Era parecido a un dragón en su furia, feroz e inasequible a la razón. Su pasión era la gloria, pero se rumoreaba que también era mago.
La causa de tal rumor era un amuleto misterioso. Nadie sabía cómo había llegado a manos de Zorashad; algunos decían que lo había hallado en el desierto, en el desolado salón de unas ruinas bajo una columna caída, otros que lo había obtenido mediante engaños de su espíritu, otros que una noche, muchos años antes, se había encontrado en un camino solitario con un animal muerto, un ser que no se parecía a bestia alguna vista en la tierra y, guiado por algún instinto o profecía, había abierto de un tajo las entrañas del monstruo y había encontrado allí el amuleto, bajo la forma de una piedra azul, pulida y dura como el jade. Fuera cual fuese la fuente, sin embargo, el rey tomó por costumbre llevar el amuleto al cuello y, ¿quién podía negar su eficacia? Ahora gobernaba diecisiete países, un imperio que se extendía de un confín a otro, aquí y allá, hasta llegar en todas direcciones a los acres azules del mar. Se decía que hasta el león se apartaba de su camino.
A medida que los años pasaban para Zorashad, aumentaba su vanagloria y, quizá, bajo el peso de ésta, llegó a enloquecer un poco. Exigió enormes tributos de sus vasallos y se hizo construir un templo, y allí todos sus súbditos fueron obligados a ir y adorarle como un dios.
En Zojad se levantaron estatuas doradas de Zorashad, y en cada una de las ciudades conquistadas, y bajo ellas se pusieron paneles de mármol blanco cono la nieve con inscripciones en oro. Esto es lo que decían las inscripciones: «Contemplad con terror a Zorashad, el más Poderoso entre los Poderosos, Gobernante de Hombres y Hermano de los Dioses, a quien no puede hallarse igual bajo el Cielo».
 El señor de la noche (1978)
En memoria de la escritora Tanith Lee. "19 de septiembre de 1947 – 24 de mayo de 2015".

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