Navegaron el verde mar gracias a las estrellas y la orilla, y cuando la orilla fue sólo un recuerdo y el cielo de la noche se quedó nublado y oscuro navegaron gracias a la fe, e invocaron al Todopoderoso para que les permitiera llegar a tierra sanos y salvos.
Habían tenido un viaje terrible, no se sentían los dedos y tenían unos escalofríos en los huesos que ni siquiera el vino podía aliviar. Se levantaban por la mañana y veían que la escarcha les había alcanzado la barba y, hasta que el sol los calentaba, parecían hombres viejos con una barba canosa prematura.
Los dientes se les empezaron a caer y tenían los ojos hundidos en las cuencas cuando avistaron las verdes tierras del oeste. Los hombres dijeron: «Estamos lejos, lejos de nuestras casas y hogares, lejos de los mares que conocemos y las tierras que amamos. Aquí, en el borde del mundo seremos olvidados por nuestros dioses.»
Su jefe se encaramó a la cima de una gran roca y se burló de ellos por su falta de fe.
—El Todopoderoso creó el mundo —gritó—. Lo construyó con sus manos de los huesos maltrechos y la carne de Ymir, su abuelo. Puso el cerebro de Ymir en el cielo como nubes, y su sangre salada se convirtió en los mares que hemos cruzado. Si él creó el mundo, ¿no os dais cuenta de que también él creó esta tierra? ¿Y si morimos aquí como hombres, no seremos recibidos en su morada?
Y los hombres lo aclamaron y rieron. Con gran voluntad se pusieron a construir un refugio con árboles partidos y barro, dentro de una pequeña empalizada de troncos afilados, aunque, por lo que sabían, eran los únicos hombres de la nueva tierra.
El día en que finalizaron el refugio hubo una tormenta: a mediodía, el cielo se volvió tan oscuro como la noche, y el cielo fue desgarrado por horcas de llamas blancas, y los estruendos se oían tan fuertes que los hombres casi se quedaron sordos por su culpa, y el gato de a bordo que se habían traído para que les diera buena suerte se escondió tras el drakar varado en la playa. La tormenta fue tan poderosa y tan fiera que los hombres rieron y se dieron palmadas en la espalda y dijeron: «El trueno está aquí con nosotros, en esta tierra lejana», y dieron gracias y se alegraron y bebieron hasta que empezaron a tambalearse.
En la oscuridad llena de humo de su refugio, aquella misma noche, el bardo les cantó las viejas canciones. Cantó sobre Odín, el Todopoderoso,que se sacrificó por sí mismo con la misma valentía y nobleza con la que otros se sacrificaron por él. Cantó sobre los nueve días que el Todopoderoso estuvo colgado del árbol del mundo, con el costado atravesado por una lanza y del que manaba sangre, y les cantó sobre todas las cosas que el Todopoderoso había aprendido en su agonía; nueve nombres y nueve runas, y dos veces nueve amuletos. Cuando les habló de la lanza que perforó el costado de Odín, el bardo chilló de dolor al igual que había hecho el Todopoderoso en su agonía, y todos los hombres se estremecieron al imaginar su dolor.
Encontraron el scraeling al día siguiente, que era el propio día del Todopoderoso. Era un hombre pequeño que tenía el pelo tan negro como el ala de un cuervo y la piel del color rojo cálido de la arcilla. Al hablar usó unas palabras que ninguno de ellos pudo entender, ni tan sólo el bardo, que había estado en un barco que había cruzado las columnas de Hércules y que sabía hablar la lengua de los comerciantes del Mediterráneo. El extraño iba vestido con pieles y plumas y llevaba pequeños huesos trenzados en su larga melena.
Lo condujeron a su campamento y le dieron de comer carne y una bebida fuerte para saciar la sed. Se rieron a carcajadas del hombre, que tropezó mientras cantaba, de la forma en que ladeaba y dejaba muerta la cabeza, y eso que había bebido menos de un cuerno de aguamiel. Le dieron más bebida y al cabo de poco ya estaba tirado bajo la mesa con la cabeza escondida bajo el brazo.
Entonces lo cogieron, un hombre por cada hombro, un hombre por cada pierna, lo llevaron a la altura de los hombros, los cuatro hombres le hacían de caballo de ocho patas, y lo llevaron en cabeza de una procesión hasta un fresno desde el que se divisaba la bahía, donde le pusieron una soga alrededor del cuello y lo colgaron al viento, su tributo al Todopoderoso, al Señor de la Horca. El cuerpo del scraeling se meció en el viento, la cara se le fue oscureciendo, con la lengua fuera, los ojos se le salían de las órbitas, el pene lo bastante duro como para colgar un casco de cuero, mientras los hombres aplaudían y gritaban y reían, felices de enviar su sacrificio a los cielos.
Y, al día siguiente, cuando dos grandes cuervos se posaron sobre el cadáver del scraeling, uno en cada hombro, y comenzaron a picotearle las mejillas y los ojos, los hombres supieron que su sacrificio había sido aceptado.
Neil Gaiman- American Gods
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