Bajo el maltrecho escudo del cielo
El hombre se sienta en una silla negra a lomos de un caballo negro
El cabello largo y gris se mece alrededor de su yelmo de hierro
Sin saber nada de cómo llegó a estar aquí
Solo que donde ha llegado a estar no es ningún sitio
Y donde debe ir está quizá cerca
Su barba es del tono de la nieve sucia
Sus ojos son ojos que nunca se deshelarán
Bajo su peso el caballo no respira
Ni tampoco respira el hombre y el viento gime hueco
Por las muescas de su herrumbrado camisote de escamas
Y es demasiado girarse al acercarse
Jinetes uno por la derecha el otro por la izquierda
Sobre caballos muertos con ojos vacíos frenan
Se acomodan en silencio con extraña familiaridad
Flanqueando tranquilos su mando natural
Bajo el peso de los tres el suelo carece de vida
Y dentro de cada uno se agitan cenizas en la endecha
De lúgubres recuerdos que se van deslizando en el arrepentimiento
Pero todo ha pasado y los caballos no se mueven
Y así él vuelve los ojos a la derecha con la mandíbula apretada
Contempla la mirada tuerta que una vez conoció aunque no bien
Respondiendo a la irónica sonrisa con repentina necesidad
Así que pregunta: «¿Están esperando, cabo?»
«Legados y sueltos en la llanura muerta, sargento,
¿Y no era eso lo que quería?»
A eso no puede más que encogerse de hombros y posar la mirada en el otro
«Veo su atavío y lo conozco, señor, pero a la vez no»
Negra barba y faz oscura, una frente como basalto agrietado
Un hombre pesado en armadura que pocos podrían soportar
Y recibe la observación con una mueca
«Entonces conozca, si quiere, a Brukhalian de las Espadas Grises»
Bajo estos tres el trueno cabalga sobre la tierra ignota
Nada repentino pero creciente como un corazón que despierta
Y los ecos bajan rodando del escudo de las alturas
Cuando el hierro reverbera en la carga de lo que debe ser
«Así que una vez más los Abrasapuentes marchan a la guerra».
A lo que Brukhalian añade: «También las Espadas Grises que cayeron
Y este al que tú llamas cabo renació solo para morir,
Un nuevo puente forjado entre usted y yo, buen señor»
Giran entonces en sus monturas que no respiran
Para revisar las filas dispuestas en masas granulosas en la llanura
Avanzan a la guerra desde donde y desde lo que una vez habían sido
Cuando todo lo que se conocía es todo lo que uno conoce otra vez
Y en este lugar el brezo nunca florece
La sangre que se ha de derramar nunca se derrama y nunca fluye
Iskar Jarak, Ave Ladrona, se sienta a lomos de un caballo negro
Y piensa en mandar una vez más
Espada y Escudo
Pescador kel Tath
Steven Erikson - Doblan por los mastines
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