domingo, 15 de octubre de 2017

Belerofonte.



El triste final de Belerofonte está ya evocado en la Ilíada, por boca de su descendiente Glauco, en el canto VI, versos. 152-205. Nieto de Sísifo, el hijo de Eolo, Belerofonte —al que el texto califica de “irreprochable”, pues tanta “valentía y belleza le dieron los dioses”— es uno de los famosos héroes antiguos vencedor de famosos monstruos (como la Quimera) y provisto de auxiliares mágicos (como su caballo alado Pegaso). Pero un héroe que, tal vez por su excesiva arrogancia, la funesta hybris, incurrió en la ira de los dioses y tuvo un final ejemplarmente amargo y sombrío.
Demos un breve resumen de su heroica trayectoria. Por lo que sabemos, abandonó su patria Efira (Corinto), tal vez por haber cometido algún delito de sangre, y se refugió en la corte del rey de Tirinto, Preto. Este lo acogió amistosamente, pero su esposa, Antea o Estenebea (el nombre varía según autores) se enamoró del bello huésped e intentó seducirlo. Al ser rechazada por él, lo calumnió ante su marido, afirmando que la había acosado. Preto creyó sus palabras, pero no se atrevió a dañar a su huésped, así que lo envió, con una misiva en que ordenaba matar al portador, a la corte de su suegro Yóbates, rey de Licia. Tampoco este quiso cumplir por su propia mano el encargo, y envió a Belerofonte a realizar una serie de hazañas mortíferas.
La primera, acabar con la Quimera, el monstruo feroz de cuerpo de cabra, cabeza de león y cola de serpiente, que vomitaba fuego. Belerofonte emprendió la aventura montado en su caballo Pegaso, blanco y alado, un prodigioso animal surgido del gaznate de la gorgona Medusa, cuando fue decapitada por Perseo. (La doma del famoso Pegaso la relata el poeta Píndaro, al que citaré luego). Desde su caballo con alas, el héroe asaetó al monstruo. Superó luego las otras dos pruebas impuestas por Yóbates: derrotó a los sólimos, guerreros temibles, y también a las amazonas, no menos belicosas. Y superó también la emboscada que el rey le había preparado, dando muerte a sus mejores guerreros.
Abrumado por las victorias de Belerofonte, Yóbates desistió de su venganza y, para consolidar su amistad, le ofreció a su hija como esposa y lo designó heredero de su trono. Y con el fin de disculpar sus anteriores trampas, le mostró la carta enviada por Preto. Así que entonces Belerofonte regresó a Tirinto para vengarse de la pérfida Antea. Le propuso que se fugara con él, y que emprendieran raudos el viaje montando en su alado Pegaso. Pero luego, ya en pleno vuelo, la arrojó desde lo alto al mar.
Después de tantas hazañas y triunfos, Belerofonte se propuso una extremada aventura. Quiso, en un acto de suma arrogancia, llegar hasta el cielo montado sobre Pegaso para irrumpir en el mundo de los dioses. Pero el insolente intento provocó el furor de los olímpicos, de modo que Zeus decidió derribar al héroe de su montura. Y Pegaso descabalgó a Belerofonte, que cayó y se estrelló contra la tierra. Según una versión, ahí murió. Según otra, la que evoca Homero, el batacazo no lo mató, pero maltrecho y casi loco, fue condenado a vagar sin rumbo y solitario por la llanura desértica de Aleya.
Recordemos los versos en que Píndaro celebra las victorias de Belerofonte, que domó a Pegaso con bridas de oro y lo montó en sus magníficas proezas.

El poder de los dioses hace que se culmine ligera
una empresa que sobrepasa el juramento y la esperanza.
Así fue como el valeroso Belerofonte,
enardecido, tensando alrededor de la quijada
el dominante freno, sujetó
al caballo alado. Nada más montar,
con su armadura de bronce, lo cabalgaba con pasos de guerra.
Con él disparó contra las Amazonas
desde el helado seno del yermo éter
y dio muerte a ese ejército de mujeres arqueras,
y también a Quimera, que exhalaba fuego, y a los Sólimos. 
Yo mantendré en silencio su destino funesto.
Pero al caballo lo acogen los antiguos pesebres de Zeus.

En otro poema (Ístmica VI, 39 y siguientes), Píndaro evoca a Belerofonte como ejemplo de quien anhela lo que está más allá de lo accesible a los humanos:

Que la envidia de los dioses no me alcance,
pues en paz persigo la cotidiana dicha,
rumbo a la vejez y al destino que a mi vida
aguarda, pues morimos todos por igual,
aunque la fortuna sea distinta. Cuando uno apunta a lo lejano,
menguado es para alcanzar la sede de los dioses,
de broncíneo suelo. Por eso el alado Pegaso derribó
a su amo Belerofonte cuando pretendía llegar
a los cimientos del cielo a reunirse en asamblea
con Zeus. Al anhelo contrario a la justicia
le aguarda el más amargo final.

Mientras que el alado Pegaso sigue trotando y volando por los cielos del Olimpo —pues recordemos que era de estirpe divina, nacido de la sangre de la Gorgona—, a Belerofonte, tras su espléndida y triunfal carrera heroica, le perdió su excesiva soberbia. Creyó poder elevarse hasta los dioses cabalgando su mágico corcel a través de los aires hacia el alto Olimpo, y acabó estrellado miserablemente. Píndaro silencia en un poema su triste final, diplomáticamente —ya que era un epinicio en honor de los héroes de Corinto—, pero en el otro, cuando elogia la cordura como ideal de vida, lo que los griegos llamaban sophrosyne, recuerda cómo a tan gran héroe su extremada arrogancia, su hybris, le perdió.
Eurípides escribió dos tragedias sobre este héroe: Belerofonte y Estenebea. Conservamos tan solo algunos fragmentos de ambas. Y son especialmente interesantes los de la primera, que al parecer concluía con el amargo lamento del héroe, fracasado, solitario y enloquecido. En el curioso texto del Pseudoaristóteles sobre la melancolía (Problemas, XXX) figura Belerofonte como ejemplo de gran héroe melancólico, al lado de Ayante y de Heracles.

Carlos García Gual - La muerte de los héroes

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