Fotografia: Jestormbringer
La muerte y la agonía nos convierten en niños una vez más, en realidad por última vez, en nuestros últimos lamentos. Más de un filósofo ha afirmado que nunca dejamos de ser niños, en el fondo de todas esas capas endurecidas que componen la armadura de la edad adulta. La armadura entorpece, restringe el cuerpo y el alma de su interior. Pero también protege. Los golpes quedan mitigados. Los sentimientos pierden las aristas y al final no sufrimos más que una plaga de magulladuras y, después de un tiempo, hasta las magulladuras se desvanecen. Pero no hay escapatoria, ¿verdad? Los recuerdos y las revelaciones se asientan como veneno que no hay forma de contener.
Steven Erikson - Memorias de Hielo
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