Nuestras vidas están perdidas, el último cuerno apurado.
A una muerte cierta vamos sin esperanza.
Nunca volveremos a ver amanecer...
a no ser que entre nosotros, faltando a la hombría,
se vuelva uno miedoso y huya del combate
o no muera a los mismos pies de su señor,
y piedad arrastrándose cobardemente pida.
Por las brechas abiertas penetró el enemigo,
las hachas resuenan contra nuestras puertas;
las lorigas hechas harapos de los golpes,
desnudando los pechos nuestros a los ataques,
rotos los escudos y heridos los hombros.
Fieramente las armas chocan y resuenan.
¿Quién es tan cobarde que del campo huya?
Hombres yo he visto caer a montones,
magullados y rotos los huesos de sus bocas;
los dientes brillando en la manante sangre,
como piedras que lavan las aguas de un arroyo.
Pocas son las gentes que a mi lado quedan,
aunque lejos del Rey no me apartaré.
Mucho necesitamos la ayuda y no vienen.
Roídos los escudos sólo quedan los mangos,
nuestras armas melladas y nosotros cansados.
¡Cubríos las muñecas con los anillos de oro
que nuestro Rey nos dio en días más felices
para que las riquezas presten peso a los golpes!
Alegres o afligidos, siempre fieles al Rey,
y hasta en el Infierno sostendremos su honor.
Muramos realizando hazañas en su nombre;
que se asuste la misma guerra de nuestras voces;
que las armas midan lo que vale el guerrero.
Algo nos sobrevive, por perdida que esté la vida:
la memoria no se hunde en el fango.
Hasta el fin del destino del mundo permanece,
en lo alto del cielo, el nombre del héroe.
(Poul Anderson - La saga de Hrolf Kraki)
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