miércoles, 23 de abril de 2014

La despedida de Poliel.

 
Bajé por el sendero serpenteante hasta el valle,
donde bajos muros de piedra dividían las granjas y los fuertes
y cada medido terreno tenía su lugar en el proyecto
que todos los que allí vivían bien entendían,
para guiar sus viajes y saludos de día
y prestar una mano conocida en la más oscura noche,
para regresar a la puerta de casa y los perros bailarines.
Caminé hasta que me detuvo un anciano
que se irguió de su trabajo para llamarme,
y sonriendo para esquivar sus cálculos y opiniones,
Le pedí que me contara todo lo que sabía
de las tierras del oeste, más allá del valle.
Y a él le alivió responder que había ciudades,
inmensas y colmadas de todo tipo de cosas extrañas,
y un rey y sacerdocios que disputaban y una vez,
me dijo, él había visto una nube de polvo levantada
por el paso de un ejército que marchaba a la batalla
en algún sitio, estaba seguro, en el gélido sur.
Y así extraje todo lo que sabía, y no era mucho.
Más allá del valle nunca había estado, desde su nacimiento
hasta la fecha, jamás había sabido y jamás,
verdad sea dicha, había estado, pues así es
que la intriga transpira para los humildes
en todos lugares y todos los tiempos, y la curiosidad permanece roma
y picada, aunque tuvo aliento suficiente para preguntar
quién era yo y cómo había llegado allí y dónde
estaba mi destino, dejándome que respondiera,
con una apagada sonrisa, que mi destino eran las colmadas ciudades,
pero que había de pasar primero por allí.
Y había él notado ya que sus perros estaban tirados y quietos en el suelo,
pues tenía permiso para responder, ya ves que he venido,
señora de la Peste, y eso, por desgracia, era prueba
de una intriga mucho más grande.
La despedida de Poliel — Pescador Kel’Tat.
Steven Erikson, Los Cazahuesos.

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