El salón estaba en silencio y los guerreros permanecían inmóviles, sin tocar los cuernos de aguamiel que reposaban junto a sus manos.
Pasé los dedos por las cuerdas, tocando un complicado preludio sin pensar. Había multitud de lamentos, más que canciones de guerra. Lamentos por los caídos a manos de los sajones, hombres como aquellos que me acompañaban. Canté un lamento muy famoso, una composición lenta y orgullosa que se creó cuando la provincia del sureste de Britania fue arrollada por los sajones, una antigua canción que llamaba a la provincia con un nombre todavía más antiguo, la tierra de la tribu de los cantii.
Aunque derribaron a las huestes sajonas
junto a los blancos acantilados,
e hicieron llorar a las mujeres,
la gloria no pudo completarse.
La hueste cabalga hada el Yffern, derrotada,
y en sus campos las águilas festejan.
Amarga fue la cosecha que recogieron.
Lucharon contra los sajones,
lucharon y cayeron.
Recolectaremos cadáveres,
nuestras lágrimas abrirán pozos,
y las huestes de los cantii jamás regresarán…
Cuando terminé, el salón estaba en silencio, pero era otro tipo de silencio.
Gillian Bradshaw - el halcon de mayo.
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