viernes, 8 de diciembre de 2017

La contienda es la justicia.

Ilustración: Alan Lee

Heráclito escribió: «La contienda es la justicia», lo cual creo que significa que toda vida y toda creación, si han de persistir, deben avanzar sin detenerse hacia el cambio, es decir, que en cierto sentido, el futuro siempre estará en guerra con el presente y con el pasado. Por otra parte, algo del pasado ha de conservarse y perdurar de algún modo aun en el cambio. De otro modo, la existencia sería una serie de sucesos discontinuos que no guardan relación entre sí y a los que no cabria percibir ni comprender. Existe, por lo tanto, una necesaria tensión entre dos fuerzas, una adhesión a la permanencia y un impulso hacia lo desconocido, el reposo y el movimiento, la paz y la guerra. La naturaleza de los minerales consiste en resistirse al movimiento y en negar el crecimiento. Los vegetales que echan raíces en el mismo lugar son capaces de una variedad de transformaciones; los animales no sólo modifican y renuevan sus estructuras sino que se desplazan con entera libertad por el mar, el aire y la tierra. Pero de todos los seres, el hombre es el que parece tener más aptitudes para elaborar e inventar. Es el único que puede crean y que puede elegir, dentro de ciertos límites, caminos nuevos e inexplorados. No obstante, también el hombre ha de poseer algunas de las cualidades de la piedra para asegurarse su continuidad. El recuerdo lo enlaza con el pasado, la tradición es base necesaria de la innovación. Y siendo más consciente que una piedra, un vegetal o un animal, siendo más sensible al placer y al dolor, experimenta con particular severidad la tensión de las dos fuerzas de cuya oposición depende su existencia. Encontrará tanto deleite como desasosiego en la innovación, y en el letargo hallará tanto la paz como el descontento. La creación implica ruptura; persistir ha de ser equivalente a reprimir. Esta verdad la encontramos expresada hasta en nuestra mitología, por ejemplo en la historia de Prometeo, que Esquilo, ya anciano, trató de modo eminentemente filosófico. Pues Prometeo representa la creación, la libertad, la transformación; eleva a los hombres desde el estado mineral y vegetal a la condición humana y divina; de resultas de ello, entra en conflicto con un dios que domina lo que es y se opone con toda su crueldad a lo que ha de venir. ¿Quién es justo? ¿Prometeo o Zeus? Como Esquilo reconoce con mucha sabiduría, tanto Prometeo como Zeus son necesarios, y en su tragedia procura una reconciliación entre ellos. Pero el que ambos sean necesarios no quiere decir que ambos sean buenos por igual. Cualquier hombre esclarecido simpatizará con Prometeo, su liberador, antes que con Zeus, su opresor; e incluso la historia mitológica insiste en el valor superior, si bien no es siempre el poder superior, de la innovación sobre la estabilidad forzada. Pues el propio Zeus no sólo conquistó su poder supremo por medio de la violencia y del cambio, sino que tiene la certeza de que lo perderá a menos que pueda adaptarse a un movimiento continuo.
Hallamos, pues, en la naturaleza y en todos los asuntos humanos una base de necesaria contradicción, pero de ello no hemos de concluir que cada opuesto tenga un valor igual. Lo que es capaz de movimiento y creación ha de juzgarse superior a lo que no es capaz de ello. Pero lo que no es estará siempre en oposición con lo que es.
 Rex Warner - Pericles, el Ateniense.

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