Justin Sweet
"El monarca y el roble"
Antes de que las sombras asesinaran al sol, los halcones en libertad se remontaban
y kull cabalgaba por el sendero del bosque, en la rodilla su roja espada;
y los vientos susurraban alrededor del mundo : "El rey Kull hacia el mar cabalga."
El sol murió carmesí en el mar, las largas y grises sombras cayeron;
la luna se elevó como un cráneo de plata que recita un conjuro diablesco,
pues en su luz, grandes árboles se erguían como espectros salidos del infierno.
En la luz espectral se erguían los árboles, monstruos opacos
e inhumanos; Kull vió en cada tronco una forma viva, un miembro nudoso en cada ramo,
Y llameaban espantosos ante él, ojos no mortales, malignos y extraños.
Las ramas se retorcían como serpientes entrelazadas, contra la noche latían;
Y un roble gris de espeluznante aspecto, que rígido se mecía,
arrancó sus raíces y bloqueó su paso, tenebroso ante la luz sombría.
Se enfrentaron en el sendero de la foresta, roble pavoroso y monarca;
sus grandes miembros lo plegaron en su abrazo, pero no se dijo una palabra;
y fútil en su férrea mano, surgió una afilada daga.
Y en entre los monstruosos árboles que se sacudían, se cantó un obscuro refrán
cargado con dos veces un millón de años de profundo odio, dolor y maldad:
"Nosotros fuimos lores antes que llegara el hombre, y el poder a nosotros volverá."
Kull percibió un imperio extraño y antiguo que al avance del hombre se plegaba
Como los reinos de las hojas del césped cuando las hormigas avanzan
Y el horror se apoderó de él; como de alguien en trance, al alba.
Se debatió contra un árbol quieto y silencioso hasta sus manos sangrar;
Como de una pesadilla despertó; un viento sopló hacia el pradal,
Y Kull de la soberbia Atlantis cabalgó silencioso hacia el mar.
Antes de que las sombras asesinaran al sol, los halcones en libertad se remontaban
y kull cabalgaba por el sendero del bosque, en la rodilla su roja espada;
y los vientos susurraban alrededor del mundo : "El rey Kull hacia el mar cabalga."
El sol murió carmesí en el mar, las largas y grises sombras cayeron;
la luna se elevó como un cráneo de plata que recita un conjuro diablesco,
pues en su luz, grandes árboles se erguían como espectros salidos del infierno.
En la luz espectral se erguían los árboles, monstruos opacos
e inhumanos; Kull vió en cada tronco una forma viva, un miembro nudoso en cada ramo,
Y llameaban espantosos ante él, ojos no mortales, malignos y extraños.
Las ramas se retorcían como serpientes entrelazadas, contra la noche latían;
Y un roble gris de espeluznante aspecto, que rígido se mecía,
arrancó sus raíces y bloqueó su paso, tenebroso ante la luz sombría.
Se enfrentaron en el sendero de la foresta, roble pavoroso y monarca;
sus grandes miembros lo plegaron en su abrazo, pero no se dijo una palabra;
y fútil en su férrea mano, surgió una afilada daga.
Y en entre los monstruosos árboles que se sacudían, se cantó un obscuro refrán
cargado con dos veces un millón de años de profundo odio, dolor y maldad:
"Nosotros fuimos lores antes que llegara el hombre, y el poder a nosotros volverá."
Kull percibió un imperio extraño y antiguo que al avance del hombre se plegaba
Como los reinos de las hojas del césped cuando las hormigas avanzan
Y el horror se apoderó de él; como de alguien en trance, al alba.
Se debatió contra un árbol quieto y silencioso hasta sus manos sangrar;
Como de una pesadilla despertó; un viento sopló hacia el pradal,
Y Kull de la soberbia Atlantis cabalgó silencioso hacia el mar.
Robert E. Howard (1906-1936)
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