jueves, 30 de abril de 2015

Hijos de Esparta


¡Vuelve con tu escudo, o sobre él!, les gritaban las mujeres espartanas a sus hombres al partir a la guerra. Y los hombres obedecían, las líneas de guerreros orgullosos, el muro de escudos entrelazados, las afiladas lanzas de cara al enemigo.

Nada diría de un hombre, ni lo tomaría en cuenta
por la celeridad de sus pies o su destreza para la lucha
ni aunque tuviera el tamaño de un cíclope y una fuerza acorde,
ni aunque fuera más veloz que Bóreas, el viento norte de Tracia,
ni aunque fuera más apuesto y esbelto que Títonos,
ni aunque tuviera más riquezas que Midas o Ciniras,
ni aunque fuera más regio que el tantálida Pelops,
o tuviera la elocuencia persuasiva de Adrasto,
ni aunque tuviera todos los dones, salvo un espíritu combativo.
Pues ningún hombre demuestra dignidad en la guerra
si no puede afrontar la sangre y la matanza,
acercarse al enemigo y luchar con las manos.
He ahí el coraje, el bien más preciado del hombre,
he ahí el trofeo más noble que un joven puede anhelar,
he ahí un tesoro que su polis y todo el pueblo comparte con él:
un hombre que hinca los pies en primera línea y empuña la lanza
sin arredrarse, sin pensar siquiera en una pusilánime fuga,
que ha entrenado su corazón para ser firme y tenaz,
y alienta con palabras al hombre que está apostado junto a él.

Hijos de Esparta - Nicholas Nicastro.

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