martes, 21 de abril de 2015

Wulkaneldæ.

Tsuyoshi Nagano.
" Recuerdo la vida.Cuando en el seno de una corriente desbordada mis ojos se llenaban de tus ojos, y el círculo de la tierra renacía en tu juventud de fuego, resonante de una antigüedad atravesada por el estruendo de los ídolos.
El incienso de tu voluntad era permanente claridad, sus grumos densos anhelos en la ira de otro tiempo.
De amarillo se vestían los ríos de tu presencia, y los oros se me derramaban en las alas de las manos desbocadas.
La seda de un labio templado se prolongaba hasta el fondo del anillo sin retorno cuyo filo ata de la tierra los ejes sagrados…
Todavía hoy, prestigioso, el silencio de tu ausencia recuerda tus gestas en mis labios eternos, pues mi palabra es el rayo que te advierte, la hora de la gloria sin precedente que pasará de boca en boca, de siglo en siglo, sin freno más allá de la muerte,hasta la ceniza del tiempo y el final de los hombres".
" Raudo pasar de leñas,confusas amenazas de sueños derrotados, muecas de árboles que aterran el paso de un último amanecer.
El camino se retarda con su curva descendente.Tierra, luz, aire, horror se precipitan en la sima de un remoto presente.
Desciendo al pardo recinto de tu oculta sabiduría. Descolgada se resquebraja la corteza del monte y cabalga a lomos de zarzas hasta los labios del agua.
Paz de olas rotas a migajas,devoradas por el aura de una caduca eternidad sobre la espalda del mar.
Un millón de piedras redondas,y, en la orilla, la blanca veta, rectilínea, de la meta que por encima de toda doblez apunta al sino ineludible.
Qué peligroso, mi silencio inusitado.Qué egoísta, tu visita irreemplazable, Wulkaneldæ, en compañía de mi adiós; con él, ahora, me invocas a tu lado.
Es hora, dices entera, y pronuncias,con el diamante del primer rayo,un anticipo del misterio más temido.Me detienes, en silencio ya sin oros,de piedra religiosa y antigua en cuyo redor hiélanse los amores de un presente abierto en canal por el puñal de tu mirada agorera.
Y entonces el hálito de los ídolos en mi verbo tientas con una fumarola de incienso y grumos de soberbia,y desatas en el silencio más hondo tu palabra de adivina turbadora,celosa vigilante de los muertos.
Wulkaneldæ! Los ojos me llenas con sus ojos, mi boca colmas con su boca, y te libo, estro de silente trueno,en los labios de la valquiria:arrastro en la marea de sus cabellos la melena de las plácidas olas del mar quieto, que nos observa, para tocar el misterio absoluto que en lo más interno del mundo el todo a todo ata. El enjambre de las gaviotas devora la isla de los muertos.Solitaria reposa por siempre tu estatua en la costra marina de aquel encuentro".

Artur Balder, Crepúsculo de los Ases

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